Me siento, me levanto, me desplazo.
Pongo la vista en todo sin ver nada,
soy una eterna desasosegada,
mientras dibuja mi pincel, de un trazo,
la línea descendente.
Me desplazo, me siento y me levanto.
Me irrita la quietud y estar parada
es una cruel tortura que no aguanto,
me quedo consternada.
Quizás por eso no cesa el trasiego
en mi mundo tedioso y anodino,
y todo el movimiento que despliego
me libera del llanto
que me sale al encuentro del camino
de modo clandestino
si me encuentra tranquila y reposada.
Si no hay nada que hacer, yo me decanto
por buscar pasatiempos febrilmente,
que me distraigan, harta del presente,
y de charlar tan solo con mi sombra,
evocando la voz que no me nombra.