Un minuto eterno queda suspendido
entre las mudas telarañas de la tarde
que me van devorando con su silencio lóbrego.
Dentro de mí la corrosión de un aire
que se vició a fuerza de vivirlo
pugna por derruir mis torpedeados sentidos.
Avanzo a ciegas, a empellones de un invisible viento;
trastabillo y caigo, quedo inerte, quedo inerme.
No respiro, no asumo lo palmario;
en el caos de mi mente irreflexiva
todo es sombra vana, quimérica ilusión,
la irrealidad me llama, me fascina
y me dejo engullir pasivamente.
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