EL ADIÓS.

 Partiste en tu velero una mañana

diciéndome: "Hasta luego, vida mía".
En tu bello semblante, la armonía
y una sonrisa cálida y lozana.

Tras un rato asomada a la ventana,
cuando el barquito ya no se veía,
extrañando tu grata compañía,
comencé mi tarea cotidiana.

Mas, de pronto, sentí un escalofrío,
un grito mudo, áspero y mortal,
y un lúgubre presagio, tan sombrío

que supe en mi interior que algo iba mal.
Jamás volvió a la playa aquel navío,
solo sus restos, tras el temporal.

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