abrí un estuche que yacía olvidado,
ni recordaba lo que allí guardado
dejé hace tiempo por obvias razones.
Destapé la cajita con cuidado
sintiéndome feliz con mi tesoro:
descansaba en sarcófago dorado
mi bella pluma de plumín de oro.
Deslicé por su elegante lomo
una caricia tierna, enamorada
y le pedí perdón por relegarla
olvidando que fue mi fiel aliada.
Hoy el frío teclado sustituye
la línea de su trazo equilibrado;
ya su sangre que era azul, no fluye
y creo que la tristeza la ha secado.
Qué mal pago te di, mi fiel amiga
hoy la tecnología va por delante,
¿No servirá de nada que te diga
que tú eres para mí algo importante?