Aquella
tarde radiante
me
hallaba cortando rosas,
las más
lozanas y hermosas,
las de
color más brillante.
Pero
después de un instante
la
alegría se hizo llanto
pues
comprobé con espanto
que un
gran dolor me embargaba
ya que la
rosa pinchaba
¡Qué
pena y qué desencanto!
Miré la
sangre en el suelo
con mis
lágrimas mezclada;
vi que
se pasaba en nada
del
júbilo al desconsuelo.
Alcé
mis ojos al cielo,
nublados
por la humedad,
y pedí
por caridad
que en
mi efímera existencia,
ante una
mala experiencia
sepa
hallar serenidad.